Es verdad que en los últimos años hemos ido concienciándonos de la importancia de cuidar nuestro cuerpo. Hacemos todo tipo de actividades físicas y deportivas pero eso rara vez parece incluir una consideración seria de nuestra postura.
Por lo general la atención que le prestamos a este vehículo en el cual vivimos, suele limitarse a parámetros de volumen y apariencia.
Mientras no nos visite la enfermedad manifiesta, solemos pasar por alto muchos de sus mensajes de alerta, ignorándolos mientras no nos duela (y a veces aun así!)
Por mentira que parezca, teniendo en cuenta que se supone que somos una raza inteligente, utilizamos este cuerpo maravilloso con un punto más o menos severo de irresponsabilidad; un poco a tontas y a locas.
Lo usamos día va, día viene, casi en régimen de esclavitud: comida (no siempre de calidad), un poco de descanso y ¡a funcionar como estés!
Y cuando estamos concienciados que también hay que moverse, le damos caña de mil maneras pero rara vez cuidamos de cómo afecta esto a su estructura.
No culpes al envejecimiento!
Los cambios en él van cayendo gota a gota, así que hasta que no nos encontramos ante alguna foto antigua o descubrimos que ya no somos capaces de hacer aquello que antes podíamos, no nos damos cuenta de cuánto hemos envejecido.
Como el mal ya está hecho no nos queda otra que asumir que esto es una cláusula ineludible de la vida y, por frustrante que resulte, eso deja el asunto zanjado.
Nos hacemos mayores; envejecemos, si! pero a menudo atribuimos a la edad cosas que bien podrían evitarse o retrasarse mucho al menos.

Como ocurre con muchos procesos naturales: andar, comer, relacionarnos, respirar… solemos dar por sentado que el hecho de que realicemos determinadas acciones implica que las hacemos bien; y eso no siempre es así!
Esto es especialmente cierto con el tema de las posturas, del que solo somos conscientes cuando algún alma bienintencionada comienza a darnos la matraca con lo de “¡siéntate bien!” o “¡levanta la cabeza del móvil!!”
Si tú eres de los que oyen esto con frecuencia, te duele la espalda, o la imagen que te devuelve el espejo te resulta poco convincente, es posible que hagas esfuerzos por incorporarte causando un efecto en tu verticalidad que dura “cero- coma” hasta que vuelves a desplomarte.
Pero no es culpa tuya
(aunque sí tu responsabilidad)
No te sientas culpable de no poder mantener una rectitud que te cuesta una buena dosis de esfuerzo, porque, además de que el esfuerzo no debe ser la característica de las funciones básicas de nuestro cuerpo, me temo que la buena postura no se puede “hacer” (aunque si puedes trabajar por ella).
Me explico:
Prácticamente todos (todos los que no nos traemos una malformación congénita) nacemos con un cuerpo perfectamente estructurado, bello en sí mismo, increíblemente funcional; dotado de músculos elásticos y gracia de movimientos.
Y esa estructura armoniosa se mantiene hasta que nuestro sistema nervioso comienza a enviar a los músculos órdenes de contracción continua como respuesta a la tensión y las presiones de la vida; como respuesta a los desafíos y al miedo. Es un mecanismo de defensa automático importado de las etapas más tempranas de la evolución del cerebro que en el intento de protegernos nos endurece y acorta.
Este proceso empieza muy pronto- apenas nos ponemos de pie e incluso antes- y de no ponerle remedio, dura toda la vida, culminando en muchos casos en una vejez encogida y deformada.
Lamentablemente esto es tan común que pensamos que es natural e inevitable y que las diferencias entre personas son una lotería de la caprichosa genética o del azar.
El caso es que cuando tu madre o tu novio te dicen que te endereces o te molestan tanto las lumbares o el cuello que llegas a la conclusión de que tienes que sentarte mejor, tiras hacia arriba en el intento de estar más derech@, pero lo único que consigues es añadir una nueva capa de tensión. Tu cuerpo lo sabe bien; le cuesta, le duele, y lo rechaza volviendo a lo que conoce en cuanto te despistas.
Dejar de hacer
Un paso esencial en el proceso de recuperar la elegancia y funcionalidad de tu diseño es abandonar el esfuerzo innecesario (y poner la fuerza donde debe estar!).
Dejar de hacer las tensiones que te encojen y tiran de ti hacia abajo: dejar de tensar el pecho, de bloquear las piernas, de acortar las lumbares, de encoger los dedos de tus pies…
Naturalmente esas tensiones que produces involuntariamente responden a demandas muy específicas -no está ahí por nada-, y muy frecuentemente el exceso de contracción en una zona se debe a que otra no está haciendo su trabajo.
Cuando quitas la tensión que le sobra, y se reequilibran las fuerzas del sistema muscular, tu cuerpo vuelve solo a la hermosa postura que le es propia y que es su derecho de nacimiento.
El cuerpo tiende de forma natural hacia la salud y la funcionalidad, pero a condición, eso si!, de que dejemos de fastidiarle con cosas que le dañan.
Para volver a la verticalidad no hace falta que tires, no hace falta que te esfuerces, pero sí que trabajes y sobre todo que estés atent@.
Comprobarás que trabajo y esfuerzo no tienen por qué ser sinónimos!
Pero ¿es solo una cuestión de estética o de dolor?
No, todo esto no es solo porque vivir retorcido quede feo (muy feo), o porque puede llegar a doler.
Bajo nuestros hombros encogidos y nuestra cabeza colgante, además de actitudes ocultas ante la vida , hay cuestiones de salud muy importantes en las que no solemos reparar.
Los órganos que viven en tu interior necesitan un espacio y no pueden hacer rebajas con él, de la misma manera que tú no te conformas ni mucho ni poco con unos zapatos de un número menos.
Por ponerte solo un ejemplo:
Veía el otro día en la playa aproximarse a un joven que sin duda había invertido mucho tiempo y esfuerzo en el gimnasio. Había conseguido un gran torso en el que se marcaban todos los músculos habidos y por haber. Pero al sentarse en la arena parecía incapaz de mantenerse erguido y su tronco se desplomaba hacia adelante produciendo en su espalda una “C” gigante que aplastaba el pecho contra el abdomen .
Le observé durante un instante y tuve la clara sensación de que él no percibía absolutamente ningún problema en lo que estaba haciendo.
No contemplaba el hecho de que una musculatura medianamente en condiciones tiene que poder hacer una escuadra en el suelo con comodidad.
Una espalda encorvada es un pecho hundido (y un abdomen apachurrado). En su interior hay un corazón y unos pulmones a los que vivir encogidos no les hace ninguna gracia. Eso significa para ellos, y para ti!, mayor presión y menor oxígeno; más esfuerzo para peor rendimiento, con las muchísimas repercusiones que esto implica a nivel orgánico. Respiración, circulación, digestión, eliminación… un combo que va a determinar tu vitalidad! (y otras cosas como el funcionamiento de tu cabecita)
Una mirada alrededor
Y si no te convence lo que te digo échale un vistazo a los hábitos de los campeones indiscutibles de la funcionalidad, la belleza y la elegancia: los felinos.
Se estiran, se estiran y se estiran (muchas veces solo para cambiar de postura y seguir durmiendo! XD), usan el mínimo esfuerzo para todo lo que no lo requiere y son una explosión de energía cuando les hace falta.
Su agilidad y su porte son incomparables aún en edades avanzadas. Y por muy viejos que sean conservan la movilidad y la elegancia mucho tiempo después de haber perdido la potencia necesaria para correr o saltar.
Un puñado de buenas razones
Volviendo a los humanos coincidirás conmigo en que un anciano erguido que se mueve con fluidez da mucha mayor sensación de juventud y vitalidad que alguien encorvado aunque tenga muchos menos años.
En un cuerpo estructurado que no comprime ni sus articulaciones ni sus órganos todo fluye mejor y esto repercute muy positivamente en
-El desgaste articular
-La circulación sanguínea y linfática
-Tus niveles de vitalidad
-Funciones como la digestión y la eliminación
-Tu apariencia física
-La reducción del dolor
-Un menor riesgo de lesiones
-Movimientos más ágiles, libres y fluidos
-Una mente más fresca y despejada
Y un sinfín de cosas más.
No voy a meterme ahora a desarrollar estos puntos individualmente porque cada uno de ellos necesitaría un artículo en sí mismo además de explicaciones visuales, pero si te interesase el tema dímelo y no tardaré en publicar al respecto.
Tampoco quiero decir que una mala postura sea la única causa de tus padecimientos si te ocurre alguna de las cosas que he mencionado arriba.
Pero lo que sí quiero trasmitirte es que tu postura no es solo una cuestión de estética sino un asunto de salud muy serio y que simplemente tirando de tu cuerpo hacia arriba o machacándote haciendo deporte sin ton ni son no vas a conseguir nada bueno.
Bueno, entonces que propones???
Te voy a animar a que, si sabes que tu postura necesita mejorar busques la manera de trabajar con tu cuerpo de una forma respetuosa y eficaz.
No estoy diciendo que considere malos los ejercicios intensos (bueno, algunos si), pero creo que es imprescindible ser muy consciente de cómo haces las cosas y de las bases posturales que requiere realizarlas de forma segura.
Para tomar conciencia de estas cosas hay montones de enfoques estupendos como el Yoga Personalizado, el Feldenkrais, el Rolfing, la Técnica Alexander y muchas otras
incluidas Mis clases de Bienestar Postural ! 🙂
Prestar atención a la alineación de tu cuerpo es en mi opinión una inversión muy muy rentable que te ayudará, como decía el fantástico Moshé Feldenkrais a mejorar la calidad de tu vida
A mi desde luego me gustaría llegar a mayor al menos tan bien como mis profesores y para ello trabajo diligentemente 😉
Y tú, ¿cómo quieres envejecer?
Pero, sobre todo,
¿qué vas a hacer en el proceso???
“El movimiento es vida. La vida es un proceso.
Mejora la calidad del proceso
y mejorarás la calidad de la vida en sí misma.”
– Moshé Feldenkrais –
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