Supongo que no seré yo la única
que de vez en cuando mete la pata bien metida
y cuando ve que la ha cagado se siente como una completa idiota.
-Vengo de uno de esos “enriquecedores” momentos de la vida,
así que lo tengo muy fresco! XD-
Y esto,
por lo menos a mí,
me pasa incluso a pesar de los esfuerzos de mi amable sistema de protección interna
que intenta calmar mi frustración
diciéndome que así es como son las cosas;
que tampoco es para tanto;
que los errores son de lo más instructivos;
que estoy aprendiendo…
“Si, si!,
lo que quieras!,
pero lo has hecho MAL!!!”
No sé qué tipo de educación recibiste tú,
pero si fue como la mía
estoy segura que aprendiste a temer los errores como al peor de los enemigos
y a huir de ellos como de la peste;
y eso no se borra del disco duro así como así.
Yo,
como tantos otros,
crecí con una siniestra iconografía personal que me recuerda constantemente
que fallar es sinónimo de peligro, estupidez y fracaso
y desde luego no creo que a nadie nos guste pasar por ahí.
De alguna manera todos aspiramos,
aunque sea en secreto,
a ser los primeros de la clase,
los listos,
los lúcidos,
los sobresalientes.
Y aunque a veces si no puedes ser el mejor optes por ser el peor, al menos eres el mejor de los malos,
y eso ya es ganar.
Todo menos esa espantosa sensación
de ser el pringao de turno
al que parece que todo el mundo mirará con una sonrisita maliciosa,
o sentir en tu fuero interno
que aunque puedas dar el pego no eres tan list@ como te gustaría.
Sea como fuere tenemos que acertar,
tenemos que hacerlo bien!,
si no es a la primera, no más allá de la tercera,
que es la vencida.
Porque por mucho que tu parte lógica te dé razones de lo más razonables
hay algo imperioso y rebelde que te dice que todo eso está muy bien…
pero para otros!
El consciente tiene muy claros ciertos puntos,
pero el inconsciente guarda celosamente poderosas sensaciones antiguas,
momentos críticos de tu historia personal
que en ocasiones ni siquiera recuerdas explícitamente
y que hacen añicos el más brillante de los razonamientos.
Por muy evidente que parezca a veces tengo que recordarme
que es a través de los errores que se construye el aprendizaje,
y que los errores no solo no son malos,
sino que son cruciales para el desarrollo de nuestro cerebro y nuestra competencia en cualquier área.
Desde un bebé que valerosamente se pone en pie para intentar sus primeros pasos,
al resto de actividades complejas que un ser humano llega a ejecutar en su vida adulta,
todo,
absolutamente todo
pasa por el error antes de perfeccionarse.
Es más, si se perfecciona es precisamente gracias al error.
Sin él nunca se alcanza la competencia.
Errar nos proporcionan feedback
(o sea, retroalimentación),
que viene a ser la información que obtenemos como resultado de una acción previa
y que nos aporta las claves para corregir nuestro siguiente paso.
Una forma fácil de entenderlo es la siguiente.
Imagínate que estás intentando darle una pedrada a algo que se mueve.
Tiras, y para cuando la piedra llega
el objeto ya ha pasado de largo.
Entonces tu cerebro recoge la información del fallo para concluir que
si quiere hacer diana
tiene que apuntar no al objeto en sí mismo sino un poco más adelante
para que en el tiempo que la piedra tarde en llegar
el objeto se haya desplazado lo suficiente como para que se encuentren.
Coincido contigo en que darle a la primera es muy satisfactorio,
pero es en base ese error que aprendes que
cuando un objeto está en movimiento la forma de darle es calcular su desplazamiento y apuntar allí.
Esta operación
aparentemente tan simple
desata una tormenta nerviosa en tu cerebro,
y tu sistema neuronal crea nuevos circuitos en una actividad sin precedentes.
Como resultado eres un poquito más capaz que antes de que fallases.
A estas alturas hay montones de investigaciones fascinantes sobre esto.
Me gusta particularmente como lo describe Anat Baniel en su estupendo libro “Move into Life”.
En él aborda el tema de la absoluta necesidad que tiene el cerebro de experimentar estímulos nuevos
(variaciones lo llama ella)
para desarrollarse y conservar su vigor a lo largo de toda la vida,
y contempla lo que denominamos error
sencillamente como parte de esas variaciones imprescindibles para ello.
El fundamento de esto es que
todas y cada una de las acciones que realizamos,
desde las más complejas a las más “tontas”
tienen en nuestra cabecita un circuito neuronal propio,
por así decirlo,
de la misma manera que todos los aparatos eléctricos de una casa
necesitan estar conectados a algún cable de la instalación para funcionar.
Y esa red eléctrica tiene sus ramas grandes e importantes,
como la que alimenta los electrodomésticos de la cocina
y otras casi insignificantes en comparación:
la de la lámpara de la mesilla de noche , la luz que le pones a un cuadro…
Pues en el cerebro, cada nuevo estímulo que entra,
cada nueva acción que realizas,
crea un ramal del circuito que enriquece la complejidad del conjunto
y aumenta exponencialmente sus posibilidades.
Lo que nosotros denominamos error,
esto es, que las cosas salgan distintas de lo preveíamos,
nos proporciona la posibilidad de percibir matices y diferencias
enviando un chorro de información al cerebro del que este hará un uso excelente.
Eso es lo que ocurre cuando el atrevido bebé que da sus primeros pasos
apoya el pie de cualquier manera,
pierde su ya precaria estabilidad
y aterriza con su blando culito en el suelo
obteniendo así valiosas coordenadas
sobre dónde no es posible mantener el equilibrio.
Esa información irá sumándose a la larga cadena de intentos fallidos anteriores
y posteriores
que le conducirán a,
en muy poco tiempo,
volar por la casa sorteando muebles.
En este sentido Anat cuenta en su libro como,
por ejemplo,
trabaja con músicos de élite
en piezas difíciles que no consiguen dominar
pidiéndoles que lo hagan mal a propósito;
tan mal como les sea posible
y con el mayor número de variaciones sobre el error que sean capaces de producir.
De esa forma
el cerebro del artista se ve inundado de nueva información
que construye alrededor de su atolladero
una red nerviosa enormemente rica
y que le lleva como por arte de magia a un nivel de competencia sin precedentes.
Esto quiere decir que
es a través de los errores
que experimentamos el cambio necesario para despertar nuestra sesera
y salir de la inercia.
Si todas las experiencias respondieran a lo previsto,
el sistema no tendría nada verdaderamente nuevo con lo que trabajar
y nuestra única opción sería repetir,
repetir,
y repetir nuestros esquemas de pensamiento.
Algunas de las genialidades de la humanidad
han salido de chiripa,
de intentos fallidos de hacer otra cosa…
Solo nos desarrollamos venciendo resistencias
y los errores nos proveen de un material rico y novedoso
que nos obligará a corregir el rumbo
haciendo que el resultado alcance mayores niveles de complejidad y excelencia.
Aseguran que en Silicon Valley,
la meca del emprendimiento,
nadie se toma en serio a ningún emprendedor que no haya fracasado al menos tres veces.
Como decía Olive Schreiner,
la escritora sudafricana que se ocultó tras el pseudónimo de Ralph Iron,
“ Es a través de nuestros errores que somos capaces de ver la vida con más profundidad”
O como lo expresa el saber popular de forma mucho menos poética pero no menos acertada:
“El maestro ha fracasado más veces de las que el aprendiz ni siquiera lo ha intentado”…
Y son esos fracasos
repetidos una y mil veces
los que han convertido al maestro en tal.
Así que la próxima vez que la líes,
en vez de fustigarte
respira hondo y sonríe:
Estás volviéndote más inteligente! 🙂
“El éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”
Winston Churchill