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ANTE EL HORROR

 

Da igual que como yo no veas las noticias.

De una manera u otra las malas siempre te llegan.

Este martes al poco de levantarme no tuve más que bajar a la cocina para enterarme en estéreo de lo de Manchester.

 

Uffffff muy fuerte, si!

 

Y a pesar de lo horrendo que haya sido el suceso para las víctimas y sus allegados

me temo que los afectados no son solo ellos,

ni mucho menos.

Tú y yo también hemos sido víctimas de un ataque terrorista.

 

La razón es que estas cosas

tras golpearnos

dejan un poso muy denso de dolor y resentimiento

que va calando hondo  en el inconsciente colectivo

y que  acaba siendo un ingrediente determinante para que  la intolerancia,

la hostilidad y el racismo

se vayan cociendo a fuego lento en las sociedades.

 

Y también es un argumento de primer orden

para que los extremos  jueguen luego su baza siniestra

a la hora de promover determinadas políticas.

 

Un acto de terrorismo es eso:

sembrar el terror

y con él la desconfianza y la desesperanza.

 

Y eso infecta lenta e inexorablemente el ánimo de las personas.

 

Perdemos la fe en el ser humano

Y perdemos también la confianza en nuestra capacidad para cambiar las cosas.

A fin de cuentas

¿no es demasiado grande para un solo individuo?

 

Y acabas preguntando

con la respuesta ya sentenciada

(sin preguntártelo realmente, vaya!)

-“¿Qué puedo hacer yo?”

-“¿Qué puedo hacer cuando está claro que la raza humana ha demostrado hasta la fecha

ser capaz de niveles de violencia demenciales?”

-“¿Qué puedo hacer cuando además yo tampoco no soy ningún ángel???”

 

Está claro que todo,

absolutamente todo en este nivel de realidad

tiene dos caras

-las dos del mismo tamaño, por cierto-

así que no deberíamos extrañarnos

de que el ser humano

sea capaz

de todo lo mejor

y de lo peor.

 

Pero esa no es la cuestión.

 

Me gusta el cuento de la abuela india

que le explica a su nietecito

que en el corazón de cada uno de nosotros

viven dos lobos:

el lobo del amor

y el lobo del odio.

 

Y el niño

ansioso

pregunta:

-“¿Y cuál gana abuela?”

-“Aquel al que alimentes”

le responde la anciana.

 

Tiene lógica no?

 

Crece aquello que riegas

y te conviertes en aquello que consumes.

 

De qué nos alimentamos es algo

que ya poca gente duda que tenga una influencia en nuestro bienestar.

 

Pero no nos nutrimos solo de comida

De líquido

Y de aire más o menos limpio.

 

Nos nutrimos de relaciones,

de sentimientos,

de actitudes,

de ideas y creencias,

Y nos nutrimos de información y de estímulos.

 

Seguro que tienes claro que las cosas que consideras hermosas

te nutren;

que las actividades que encuentras placenteras

te nutren también.

 

Pero te has planteado

cómo te alimentas en lo tocante

a la información que dejas penetrar en tu sistema?

lo que ves,

lo que escuchas y lees?

 

Y te has planteado qué tipo de aportación haces al entorno

en función de lo que piensas dices y compartes?

 

Cuando vivía con mis padres había tele en el comedor,

y aparte de que no se podía abrir la boca

porque lo que decía la máquina

era más importante que lo que teníamos que decir las personas,

comíamos y cenábamos los horrores del momento:

De primero la desfachatez política.

De segundo el atentado,  la guerra de turno o algún desastre natural.

Y de postre los que se habían quedado en la carretera esa semana.

Fiestón!!!

Y no, no me he dejado un “con” en lo de “comíamos y cenábamos los horrores del momento”

 

No se si te has dado cuenta

(millones de personas por lo visto todavía no lo han hecho)

de que eso que entra por tus sentidos

también pasa a formar parte de tu cuerpo

y de tu entramado energético

como lo hacen un carbohidrato

o la proteína de las alubias.

 

Los aportes inmateriales no utilizan la misma vía

pero afectan a los mismos sistemas,

a veces de formas más decisivas

que los elementos medibles.

Ahí está la psiconeuroinmunología

y muchos,

muchísimos otros estudios

que nos cuentan

que el estómago no es la inocente bolsa trituradora de comida que pensábamos,

ni los intestinos una tubería permeable,

sino un intrincado sistema

que está empezando a ser considerado una especie de segundo cerebro

al igual que el corazón.

 

Hay muchísimo que desconocemos a cerca de nuestro funcionamiento

y lo que creemos que sabemos

todavía es muy discutible;

pero por controvertidas que sean estas teorías

ya no estamos en condiciones de negar

que los impactos emocionales generan un efecto nefasto en nuestro sistema

seamos o no conscientes de ello.

 

Y todas esas imágenes que metes  en tu cabecita,

y que te acompañan a la hora de comer y mientras descansas

no solo no son buenas para tu bienestar,

además suben el nivel de tolerancia a la violencia,

el tuyo y el de todos,

para que acabemos elevando los hombros

con indiferencia resignada

por pura saturación.

 

Si las cucarachas se acaban acostumbrando al veneno,

por qué no nosotros?

 

Así que nos vamos volviendo insensibles,

insolidarios

y lo que es peor:

mortalmente pasivos.

 

“Qué le voy a hacer yo!”

 

Pues para empezar

puedes ir tomando conciencia de qué tipo de información metes en tu sistema,

y qué sacas de él;

dónde pones tu energía.

 

Que ves,

que lees,

que comes,

a qué te dedicas,

de que hablas…

y preguntarte si todo ello hace del mundo un lugar mejor.

 

Puedes revisar tus comentarios,

tus juicios y actitudes

y darles una vuelta para ver cuál es el propósito al que sirven;

si ayudan

o si los considerarías justos si fueran dirigidos a ti.

 

Puedes observar tu pensamiento

para rastrear los signos de esa violencia que todos llevamos dentro

y que se manifiesta de formas muy sutiles,

tanto

que se cuela en nuestros comportamientos y actitudes,

en el tono,

en el gesto,

en el comentario

o en nuestra estrategia de evitar

hasta normalizarse de tal manera que acaba por pasar desapercibida.

 

Y con todo esto

dejar de lado las teorías

y empezar a ser,

como decía Gandhi,

el cambio que quieres ver en el mundo.

 

Es verdad que los grandes poderes pueden cambiar las cosas,

pero su funcionamiento corre a cargo de las personas

y las personas solo cambiamos desde nuestro propio interior.

 

Tienes la capacidad de transformarte

y aunque en última instancia

actualizarte solo dependa de ti,

las circunstancias pueden actuar como desencadenantes.

 

Un suceso

o una palabra

pueden encender la mecha,

pero la decisión de si explorarás la vía que se ha abierto

o echarás agua sobre la pólvora

te corresponde a ti,

solo a ti!

 

De cuando en cuando

pistas muy claras sobre la mejor forma de expandir nuestra singularidad humana

y contribuir con ello al mundo

aparecen ante nuestros ojos,

solo que a veces miramos para otro lado.

 

Hemos venido a aprender

y podemos hacerlo por las buenas….

O no!

y por tu propio bien te recomiendo que sea de forma voluntaria

porque la Vida es implacable cuando desoímos los mensajes que nos manda!

(no hay más que ver como lo llevamos en el planeta).

 

Así que si quieres, como yo,

un mundo menos violento y más justo,

si consideras que Ser Humano es otra cosa distinta

a lo que estamos produciendo como especie,

¡ponte las pilas y cambia

para que cambie tu entorno!

 

No hace falta que sean acciones hercúleas;

como te contaba en el post sobre  la magia de las pequeñas acciones,

un cambio insignificante

puede desencadenar una secuencia de consecuencias fantásticas.

 

Así que no ignores,

no te quejes,

no reacciones con rabia.

Actúa donde tienes alguna capacidad de control

en el único lugar posible

Tú mism@

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